Artículo escrito por Ana Monzón y publicado originalmente en El Comercio.
Ofelia Vilca nació en Puno; Ernestina Ochoa, en Chincha y Alicia López, en Trujillo. Estas tres mujeres no se conocen pero tienen una historia en común: experimentan lo difícil que es ser una trabajadora del hogar en el Perú.
A sus cincuenta años,Ochoa solo tiene malos recuerdos de su primer empleo. Tenía 11 años cuando empezó a trabajar para una familia que la obligaba a dormir en la azotea junto con su hermana y los perros. “No sabía qué era descansar los días domingo, pensé que así era todo, que no tenía derechos”, cuenta.
Pero no era su culpa. Ernestina se crió en una familia donde ser trabajadora del hogar era la “tradición”. Su abuela era nana amamantadora, su madre, sus doce tías y sus cuatro hermanas también de dedicaron al trabajo doméstico. “Creo que una trabajadora del hogar solo trabaja para sobrevivir y dar educación a sus hijos, para que ellos no vivan lo que nosotras vivimos”. Su experiencia la llevó a convertirse, años más tarde, en la fundadora del primer Sindicato de Trabajadoras del Hogar del Perú.
“La sociedad peruana ha heredado de la servidumbre y de la esclavitud la forma en la que se trata a las trabajadoras del hogar. Hay un tema de racismo, de clase, de género”, señala Bettina Valdez, autora del libro ‘Revelando el secreto. Relaciones de género entre empleadoras y trabajadoras del hogar cama adentro’ en el que da analiza la subvaloración del trabajo doméstico.
Según el último censo del INEI (2017) indica que 395. 200 personas se desempeñan como trabajadoras o trabajadores del hogar y organizaciones como el Centro de la mujer peruana Flora Tristán calculan que menos del 20% trabajan en condiciones formales.
► “Ley discriminatoria”
Vilca cuando tenía 7 años la dejaron sin comer todo un día por jugar con los niños que cuidaba. “Me pagaban poquito… tres soles mensuales”, recuerda. Si bien la Ley 27986, Ley de los Trabajadores del Hogar, promulgada en el 2003, establece un estándar de las condiciones mínimas laborales de las trabajadoras y los trabajadores del hogar, esta norma es “discriminatoria” porque recorta derechos que cualquiera persona tendría como trabajador dependiente, asegura Anthuané Salvador, responsable del área legal de Flora Tristán.
“Esta norma, por ejemplo, no establece un monto mínimo de la remuneración; las vacaciones y la CTS se ven recortadas (…) y la relación laboral puede concluir bajo los fundamentos discrecionales del empleador”, indica.
Ernestina Ochoa revela que el Sindicato de Trabajadoras del Hogar del Perú se ha visto en la necesidad de rescatar trabajadoras del hogar de la tercera edad que fueron despedidas.
“Muchas de las mujeres que duermen en las calles son trabajadoras del hogar y nosotras las hemos rescatado (…) ellas han dejado su vida en el trabajo. No tienen familia. Y las botan cuando tienen 70 años porque ‘ya no sirven’”, dice.
En junio del 2018, el Perú ratificó el Convenio 189 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Este garantiza que los trabajadores del hogar reciban el mismo trato que el resto de trabajadores con respecto a prestaciones e indemnizaciones.
«Hay una obligación legal de parte del Estado de tener que aprobar una nueva ley que reconozca los derechos que no están reconocidos en la actual”, explica Yuri Marcelo, comisionada de la Adjuntía para los Derechos de la Mujer de la Defensoría del Pueblo. “Lo que falta es el compromiso de parte de la instituciones”, agrega.
► La discriminación
La discriminación recurrente. Semanas atrás, se viralizó en redes sociales una publicación en el grupo de Facebook Somos Regatas, seámoslo siempre. “Las nanas entran al Club (Regatas) a trabajar, no tienen derechos, tienen obligaciones y si sus patronas quieren que usen del club como invitadas que paguen como hacemos el resto”, escribió una usuaria.
“Muchos empleadores siguen esperando que una trabajadora del hogar en este siglo sea como una esclava”, reclama la abogada Bettina Valdez, quien se pregunta si la usuaria logró identificar a aquella trabajadora por su uniforme.
Alicia López cuenta que sus empleadores la obligaron a usar uniforme por cuestiones de “limpieza».
El Decreto Supremo N° 004-2009-TR establece como acto de discriminación la imposición del uso de uniformes, mandiles, delantales o cualquier otra vestimenta identificatoria en espacios o establecimientos públicos, pero esto no siempre se cumple.
“A mí me hacían usar uniforme en todas partes. En la casa y en la calle. No nos sentimos menos pero eso daña psicológicamente”, cuenta Alicia López, de 21 años.
Para la representante del Centro de la Mujer Flora Tristán, Anthuané Salvador “la imposición del uniforme resulta una forma de discriminación porque la trabajadora del hogar puede realizar la misma labor con su propia ropa”.