Boca a Boca

Incertidumbres, violencias, cuidados y género en tiempos de pandemia

Las mujeres, encerradas con sus maltratadores, abocadas a las tareas de cuidado, empobrecidas y vulneradas por sistemas económicos que nunca las incluyen, son quienes sufren aún más los embates de la pandemia.

Columna de opinión de Ana Falú[1]

El consenso social humanitario es absoluto, ante la pandemia lo central es proteger a la gente. Sin embargo “la gente” resulta una categoría neutra: debemos interpelarla para pensar políticas en clave feminista, que pongan en el centro de la agenda de emergencia a la desigualdad y las mujeres.

Dos condiciones para el análisis: la primera es el reconocimiento del impacto desigual y la importancia de reconocer en el centro de las agendas y acciones de emergencia esa desigualdad; y la segunda es el análisis de la desigualdad en sus distintas identidades y vivencias, y en éstas las mujeres y las intersecciones que las atraviesan. Es imperante interpelar las acciones y políticas de la emergencia en clave feminista.

Debemos promover la solidaridad, lo colectivo, las redes comunitarias. Enfrentamos un fenómeno que se expresa con más virulencia en las ciudades y grandes aglomerados, allí donde somos parte del tejido social y diverso. Vivimos en ciudades fragmentadas y desiguales, en las cuales día a día crecen los territorios de pobreza, con condiciones de hábitat deterioradas, carencias de servicios, equipamientos, accesibilidad. Para quedarse en casa hay que tener una casa; transitar esta emergencia pavorosa del COVID-19 nos interpela como sociedad local y global.

En su artículo “El capitalismo tiene sus límites”[2], Judith Butler se refiere a la desigualdad y, preocupada por el aislamiento obligatorio, plantea que el virus no discrimina, pero sí lo hacen los humanos, resultado de “los poderes entrelazados del nacionalismo, el racismo, la xenofobia y el capitalismo», y creo yo que hay que incluir en esta lista al patriarcado. Butler afirma que el virus se mueve y ataca, demostrando que toda la comunidad humana es igualmente frágil. Sin embargo, no toda la sociedad recibe igual interés. No sorprende que las mujeres y disidencias no reciban la misma atención y asistamos así a una nueva reproducción de poderes en este contexto de emergencia sanitaria global.

El aislamiento social, como ya lo demuestran las cifras en Argentina, agrava y profundiza las situaciones de violencia al interior de los hogares. Han aumentado las llamadas a las distintas líneas que ofrecen atención a víctimas y en 27 días de cuarentena ya se cometieron 21 femicidios. En estos momentos es aún más preciso estar alertas, cuidarnos, en cada familia, en el vecindario, en el barrio. La ciudad silenciosa permite escuchar: en el edificio, en el barrio, en la manzana incluso, hay mayor nitidez de los sonidos, se escucha cuando hay golpes, cuando hay gritos. En estos momentos, más que nunca, es clave promover una escucha solidaria que nos permita estar alertas y actuar ante las violencias y vulneración de derechos, ante las violencias feroces que llegan a feminicidios, la mayor expresión del patriarcado y la dueñidad. A las violencias contra mujeres, disidencias, niñas, adultas mayores: tolerancia cero.

En paralelo, no dejar de interpelar la actitud de control autoritario, la vigilancia que está más atenta a denunciar al vecino que tose, o a quien saca a pasear al perro más allá de lo permitido. Ese control ciudadano construido en el vigilar y castigar más que en detener a los violentos.

Y, mientras el virus pareciera avanzar sin hacer distinciones, son las mujeres las que asumen el cuidado. Enfermeras, maestras, trabajadoras domésticas, farmacéuticas, jefas de hogares monoparentales, gestoras de comedores barriales y a cargo en sus hogares del cuidado de las familias, las infancias, los adultos y adultas mayores, las personas con discapacidad. Son las mujeres cuidadoras, a su vez, quienes se encuentran aún más en situaciones de desigualdad: trabajan más horas, ganan salarios siempre menores que sus pares varones y, así, con su trabajo invisibilizado y devaluado, continúan manteniendo la reproducción social, hacinadas en lugares centrales degradados o en periferias olvidadas de los bordes urbanos.

El colectivo de mujeres es también diverso: no sólo hay diferencias económicas y sociales, sino etarias, étnicas, raciales, físicas; todas las cuales constituirán nuevos impactos diferenciales en la pandemia. Es importante que en la toma de medidas y acciones para enfrentar la pandemia no se confunda la interseccionalidad con una interpretación de la diversidad que subsume el género en un listado de rasgos potenciales de discriminación que acaban por difuminar la especificidad de las desigualdades entre hombres y mujeres (Sánchez de Madariaga, 2020). Entre las intersecciones que nos atraviesan, la económica juega un rol decisivo en el contexto actual, dado que la mayoría de las mujeres obtiene sus ingresos en el mercado informal y, si no trabajan, no comen. Son las mismas a cargo de hogares monoparentales, que si bien crecen en toda la sociedad, son aún más en los estratos más pobres. Y en los hogares ensamblados son las mujeres quienes sostienen el equilibrio de los vínculos, así como el cuidado y las tareas domésticas en el encierro, muchas veces en situaciones de tensión permanente. Lo que más discusiones provoca entre quienes conviven es el reparto de las tareas domésticas. Entonces, hay que pensar cómo incluir en las campañas de la pandemia el concepto de corresponsabilidad, que permita contribuir a generar respeto, apreciando el trabajo doméstico y valorando el compartir.

Al mismo tiempo, son estas mujeres las que, desde sus resistencias individuales y colectivas, son agentes de cambios. Las resistencias y resiliencias en las emergencias y crisis las empodera y transforman relaciones de poder establecidas. Solo corriendo riesgos y transgrediendo mandatos las mujeres han construido sus derechos.

Ante lo dicho, cabe preguntarnos: ¿Qué pasará en la post-pandemia para quienes la superen? ¿Cómo reorganizar las vidas que pierden rápidamente el curso? La fórmula central parece (tendría que) ser volver a un Estado fortalecido, con más inversión en la inclusión social en clave de género. Ante la crisis económica que se avisora, hay distintas miradas. Alicia Bárcena, Secretaria de la CEPAL reflexiona sobre el modelo de desarrollo que resultaría de esta crisis y dice que “si va a ser el capitalismo, que sea un capitalismo diferente, un capitalismo mucho más inclusivo, mucho más sostenible”. CEPAL estimó que América Latina crecería un 1.3%, sin embargo con la crisis del coronavirus se calcula una caída del 1.8% e incluso mayor. ¿Cuánta repercusión tendrán los más de 10 puntos porcentuales en los cuales puede incrementar el desempleo en las mujeres que ya son las más pobres?

Décadas de neoliberalismo, de autoritarismos, de iglesias convirtiéndose en partidos políticos, centradas en demonizar los avances y derechos ganados por el feminismo; en una sociedad con colonialidad del poder y que se reafirma en el patriarcado. Combinación perversa si las hay. Miradas diferentes contribuyen a reflexionar y emerge la necesidad de poner en el centro de las agendas de los gobiernos de toda escala la inclusión social y de género, para paliar esta pandemia con políticas que tengan un sentido de justicia social que no deje a nadie atrás.

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[1] Ana Falú es Arquitecta, Profesora Emérita de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Miembro fundadora de la Red Mujer y Hábitat Latinoamérica y el Caribe y de la Articulación Feminista Marcosur. Directora del Máster en Vivienda y Ciudad, Directora de CISCSA, Líder del Grupo Asesor para la Inclusión de Género de ONU Hábitat, Coordinadora del Núcleo de Género de UNI ONU Häbitat, líder del GT de Mujeres y Diversidad de la Plataforma Global por el Derecho a la ciudad.

[2] Butler, Judith, en Verso Books, 30 de marzo de 2020.