1200 personas se anotaron para participar de las Jornadas de Debate Feminista, que ya cumplen su sexta edición en Montevideo. Fueron tres días de intercambio, reflexión, arte y crítica, encabezados por las conferencias centrales de Rita Segato, Marcela Pini y Nancy Cardoso.
Derechos sexuales y reproductivos, ecofeminismo, trata de personas, participación política, educación, urbanismo feminista, mujeres en la universidad, transfeminismo, discursos conservadores y antifeministas, cultura, migración, economía feminista, mujeres indígenas, terrorismo de Estado, historia feminista, movimientos sociales y violencia sexual fueron algunos de los tantos temas que se debatieron en esta edición de las Jornadas. También se contó con exposiciones de fotografía, una muestra sobre memoria feminista y dos performances artísticas. El programa completo está disponible .
Rita Segato: «La violencia de género es la incubadora de todas las otras formas de violencia»
La antropóloga y referente feminista Rita Segato dio la primera conferencia central de las Jornadas, en una sala desbordada de gente. Reflexionó sobre la violencia de género, la cultura de la violación y su funcionalidad al capitalismo. También cuestionó la relación de las feministas con el Estado y las leyes. En este marco, fue declarada Visitante Ilustre de Montevideo.
Segato hizo énfasis en entender el patriarcado como un “orden político”, no como una “cultura”. Comenzó hablando sobre su primera investigación relacionada a la violencia de género, en 1993 en una cárcel de Brasilia, donde descubrió que detrás de las agresiones contra mujeres hay una “hermandad masculina”.
“El violador es una figura acompañada, que recibe el mandato de mostrarse hombre ante sus pares, quienes se encuentran ausentes pero están presentes en su paisaje mental. Hay una demanda, a partir de esos otros hombres, para que el violador muestre que merece ser reconocido como un miembro de esa hermandad masculina”, profundizó. Como desarrolla en múltiples trabajos, Segato explicó que la estructura de la violencia de género no se conforma únicamente por la relación entre el agresor y la víctima, sino también por la relación entre hombres. “Ellos se sienten parte de un grupo de prestigio, que exige una titulación”, expresó.
La antropóloga describió esta hermandad entre varones como un “corporativismo masculino”, aprendido desde muy temprano en la vida a través de la socialización con otros varones y dentro del mandato de la masculinidad. Hizo hincapié en esta definición, porque cuenta con dos características corporativas esenciales: la lealtad masculina como valor supremo y la marcada jerarquía entre masculinidades. Según Segato, estos dos aspectos hacen “que la violencia sea inevitable para el mandato de masculinidad, a no ser que los hombres consigan tomar conciencia y enfrentarse a un espejo no narcisista”.
“Es necesario fundar el FLMM: Frente de Liberación del Mandato de Masculinidad”, dijo, entre risas y aplausos del público. Este mandato “sacrifica a los varones, los destruye, los mata antes que a las mujeres y, en algunas regiones de nuestro continente, los mata niños”, agregó. Explicó que la violencia de género es la “incubadora” de todas las otras formas de violencia, “la primera pedagogía, la primera escuela”. Desmontar el mandato de masculinidad, aclaró, “no es solamente para detener la violencia contra las mujeres, sino también la guerra en general. El mundo se transforma y la historia se reorienta si los hombres se vuelven capaces de desmontar ese mandato y de revisar qué los hace actuar en la búsqueda de potencia, lo que los hace tener que ‘espectacularizar’ todo el tiempo su capacidad de dominio (…). Clausurando al patriarcado se desequilibran todas las estructuras de dominación, todas las jerarquías de la sociedad».
La académica aseguró que el orden patriarcal es, hoy más que nunca, funcional al capital. «Más que en un mundo de desigualdad, estamos en un mundo de ‘dueñidad’. Hay señores de la vida y de la muerte, con gran concentración de la riqueza”.
También se preguntó por qué la historia del Estado es, en realidad, la historia de los hombres, y se respondió diciendo que, en el tránsito de la modernidad colonial, todo lo político fue “secuestrado” por la historia de los hombres. Así fue que la “politicidad” de las mujeres quedó en el orden doméstico, y hoy «el ojo público ve los crímenes contra nosotras como crímenes menores, porque nuestra existencia se ha despolitizado completamente».
En esta sociedad, “las mujeres no somos ciudadanas plenas, no somos personas siquiera”, expresó Segato. “Y así nos ve el juez cuando juzga los casos de feminicidios u otros crímenes contra nosotras. Incluso grandes juristas ven los crímenes contra las mujeres como consecuencia de la libido, del deseo”, criticó, y refutó: “Los crímenes contra nosotras no son crímenes de la libido, son crímenes políticos del orden patriarcal”.
No obstante, la antropóloga defendió el antipunitivismo e insistió en que la cárcel “no va a frenar el avance de la violencia contra las mujeres”. Para ella, la Justicia cumple un papel pedagógico, castigando a los violadores y femicidas para decirle al mundo lo que no puede ser aceptado. Pero lo que es necesario es una transformación social: “Yo no creo en la política del enemigo, porque creo que tiene una estructura fascista. La característica de los fascismos es la construcción de un enemigo para producir el mancomunamiento. El feminismo no puede mancomunarse mediante la construcción de un enemigo que serían los varones. Nuestro enemigo principal es el orden patriarcal”.
Marcela Pini: “Sin feminismo no hay cambio social”
En una sala repleta de pañuelos amarillos, símbolo de la campaña por la Ley Integral para Personas Trans aprobada el año pasado, la psicóloga y activista trans Marcela Pini brindó la segunda conferencia central de las Jornadas. Habló sobre el contexto actual, el transfeminismo, el psicoanálisis y la subcultura e historia del colectivo trans.
«¿Cómo se construye la memoria a partir de la exclusión, a pesar del dolor, del sufrimiento, de la tranca sistemática de los peores tiempos?», disparó Pini al comienzo de su conferencia. “¿Qué siento al estar hoy aquí? Me cuesta encontrar lugares comunes, apelar al orden de lo simbólico y de lo imaginario. No tengo representaciones a las cuales recurrir para poder decirme en este espacio, porque estos espacios, incluso los feministas, también son nuevos para las identidades trans”, expresó.
Pini afirmó que se está produciendo un cambio cultural, y en ese proceso es fundamental que las identidades trans construyan cultura. Recordó la violencia sufrida junto a sus compañeras cuando era trabajadora sexual, en especial el abuso policial: “las noches tiradas en el piso del patio de jefaturas, el sexo con milicos a cambio de que no nos llevaran en cana”. Adentrarse en esas historias, dijo, es necesario para construir una memoria, “para saber quiénes somos, de dónde venimos y cuáles han sido nuestras luchas personales y colectivas”. También para que las próximas generaciones puedan tener identificaciones propias.
“El sufrimiento de la exclusión, la marginalidad a la que nos ha llevado la sociedad heteronormativa, neoliberal y machista, nos une”, dijo. En este sentido, la psicóloga afirmó que “la cultura trans es sub-cultura, porque es subversiva”. “Vaya si les hemos mostrado con nuestra propia vida que si no nos incluyen quienes pierden son ustedes”, agregó, porque “una cultura que no habilita lo diverso no sólo deja al margen al diverso, sino que deja al margen su propia diversidad”.
“Necesitamos un cambio cultural profundo, que nos aleje del paradigma del sujeto único, que establece pautas para definir qué es un ‘sujeto normal’”, afirmó. El “sujeto normal” de esta sociedad “es el macho”, dijo; “el resto -todas, todos y todes- quedamos afuera”.
“Las personas trans no éramos un sujeto político”, afirmó Pini, y destacó el papel de la campaña por la Ley Trans en instalar la voz trans en primera persona. “Ustedes vienen a escuchar algo que nosotras tenemos para decir”, le dijo al público. “Antes eso no existía. Hoy tenemos símbolos como el pañuelo amarillo, que representa nuestra voz, nuestra lucha y nuestras reivindicaciones”, agregó. En cuanto a la relación de las mujeres trans con el feminismo, expresó: “Hoy tenemos puntos de contacto, nos sentamos a pensar nuestros cuerpos y reconocemos en esa otra la violencia que nos atraviesa, y eso es también lo que ha hecho el transfeminismo en las identidades femeninas y en la lucha feminista”. Aclaró que ese “juntas” incluye a mujeres y cuerpos feminizados, porque para ella “feminismo y transfeminismo se escriben con ‘a’”.
“Sin feminismo no hay cambio social. El cambio es feminista o no es, y en el caso de la diversidad sexual el cambio es transfeminista o no es”, afirmó.
Nancy Cardoso: “La cara más fascista del patriarcado es la que sale de las iglesias”
La última conferencia de las Jornadas estuvo a cargo de la pastora, teóloga, filósofa y ecofeminista brasileña Nancy Cardoso, que conquistó a la audiencia con anécdotas, reflexiones y cantos. Profundizó sobre el papel de las religiones en la sociedad actual, el avance de los fundamentalismos y su relación con el capitalismo.
“La América Latina feminista que queremos no va a ser posible sin las mujeres pobres que hoy encuentran refugio en la religión”, afirmó, y se preguntó: “¿Por qué la religión funciona con la mayoría de mujeres pobres? ¿Qué quieren? ¿Qué están buscando cuando van a la iglesia?”.
Los fundamentalismos religiosos tienen “éxito” a través del “pánico moral”, que funciona de la mano con el “pánico económico y político”, dijo Cardoso. “La gente siente miedo, está insegura, no le alcanza para comer, no sabe cómo va a pagar el alquiler, y en la calle hay violencia, marginalidad y droga”, explicó, y “los pastores [pentecostales] actúan en esos grupos. No van a hablar de desempleo, ni de la desigualdad salarial entre varones y mujeres, ni del escándalo de lo que cobran las empleadas domésticas y las mujeres que trabajan en servicios y que son explotadas a diario. Lo que van a tomar es el pánico moral”. Según la teóloga, este mecanismo fue el que funcionó en las elecciones brasileñas, y alertó sobre la utilización de estas estrategias en Uruguay por quienes promueven la campaña “Vivir sin miedo”, que busca militarizar la policía e instalar la cadena perpetua, entre otras reformas. “Ojo, así empieza; toman a la gente que ya es fragilizada y les genera pánico, para luego ofrecerse como los que pueden garantizarles seguridad”, advirtió.
También mencionó lo que ella misma llamó “familismo”, otra forma a través de la cual los fundamentalismos han encontrado éxito. Se refiere a la protección del modelo tradicional, patriarcal y heteronormativo. Durante la campaña electoral en Brasil “decían que las feministas, las personas LGBTI+ y el gobierno de centroizquierda estábamos para destruir la familia”, contó. Pero «cuando los fundamentalistas religiosos dicen que quieren proteger a la familia, en realidad quieren proteger su lugar de poder».
Luego hizo un análisis sobre el “extractivismo erótico” que realizan estas iglesias. Las nombró como “iglesias del éxtasis, carismáticas, que promueven un ritual que alimenta a las personas para que se liberen” a través del canto y del baile, por ejemplo. “Es un proceso colectivo de éxtasis que libera en las personas su fuerza más vital, sacude sus cuerpos y los libera para después disciplinar con familia, con moralismo y con obediencia”, explicó.
Cardoso hizo énfasis en que la avanzada conservadora en la región no puede entenderse únicamente en clave de religión. No puede dejarse de lado el proceso económico, capitalista y fundamentalista. «El fundamentalismo es la interrupción o la negación del derecho de decidir, de la cultura, de la necesidad de decidir», afirmó. De la misma forma funciona el capitalismo, que “nos hace creer que tenemos libertad de elección” pero “ser libre pasa a ser sólo libre de consumir”. “Estamos viviendo un proceso de un capitalismo avanzado que controla la producción, la reproducción, la distribución y el consumo”, dijo, y la religión tiene su papel en el proceso “al ser apropiada por el capitalismo como mecanismo de resolución de conflictos de las promesas que el mercado no puede cumplir (…). Se apropia del lenguaje religioso para legitimarse, porque no hay espacio para las personas pobres».
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