¿Cómo viven y transcurren las mujeres su cotidianeidad en sus ciudades, en sus calles, en sus plazas? Participantes de distintos países nos cuentan su mirada desde el feminismo.
Sol, brisa fresca, Montevideo y más de 2000 mujeres reunidas con sueños de cambiar la realidad que vivimos en América Latina y El Caribe.
La Rural del Prado brillaba de colores y voces muy diversas. Y sus calles internas hablaban de lo que nos preocupa a las mujeres en todas partes del mundo.
Dialogando con Pilar, una compañera de Chile, supimos que en su país la vida de las mujeres no es para nada idílica. “La ciudad es hostil para la diversidad sexual, en la cual me inscribo desde el lesbianismo”, mencionó.
La charla derivó en la violencia económica que sufrimos, desde múltiples aristas. No sólo nos castigan económicamente con sueldos más bajos, menos remuneraciones por iguales tareas y dificultades para conseguir trabajo en caso de embarazo o hijos e hijas, sino que, además, gastamos más dinero. Debido a la inseguridad doble que vivimos en las calles, nos vemos obligadas a utilizar taxis en vez de autobuses –que tampoco nos proporcionan mucha seguridad, pues en su mayoría son conducidos por hombres y son conocidos los casos de choferes que agreden a sus pasajeras–.
Elisa Vega Sillo es del pueblo Kalawaya- Athun Ayllu Amarete, La Paz, Bolivia. La primera vez que le sacaron una fotografía, el periódico tituló: “Mujer, pobre e indígena”. “Todo porque no teníamos electricidad en nuestra comunidad. Para nosotros eso no es ser pobre. Para nosotros la riqueza son los recursos naturales”, nos dijo Elisa.
La joven es enfermera de profesión, forma parte de la Federación Provincial Bartolina Sisa y fue Constituyente en la Comisión de Desarrollo Social. Es integrante de la Unidad de Despatriarcalización del Viceministerio de Descolonización, dependiente del Ministerio de Culturas del Estado Plurinacional de Bolivia.
“Nuestro punto de encuentro con las feministas es la lucha contra la violencia hacia las mujeres. Tenemos diferencias de pensamiento, de saberes, porque nuestras miradas sobre el feminismo y sobre las luchas desde los pueblos indígenas son diversas. Pero nos une la lucha contra la violencia hacia la mujer. Las mujeres indígenas de Bolivia –como en toda Latinoamérica– luchan por la tierra y por el territorio ancestral”, dijo.
Pepa Tortosa y sus compañeras, que integran la Casa de la Dona de Valencia, España, ahorraron durante varios meses para viajar y participar en el 14° Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe. “No es la primera vez que venimos. Estuvimos en Encuentros anteriores y creemos que vale la pena intercambiar miradas, conocer luchas, ver lo que está sucediendo en Latinoamérica desde las propias mujeres”, dijo Pepa.
La Casa de la Dona (“Dona” significa “mujer” en catalán) es un espacio autogestionado que se financia exclusivamente con las cuotas de las socias, lo que le permite mantener autonomía frente al poder político. Se realizan tertulias literarias, se comparten poesías, cultura diversa y comidas con refugiadas. Es un espacio feminista.
Desde Argentina, María y Celina –dos mujeres de ciudades distintas– nos contaron que, ante la falta de respuesta del Estado, optaron por crear un grupo de Autodefensa Feminista, con clases de defensa personal y boxeo, autogestionado, y de libre acceso a mujeres. Uno de los inconvenientes fue el de la falta de entrenadoras mujeres en su zona. Aun así, las ganas están intactas y siguen buscando: rendirse no es una palabra en el vocabulario feminista.
“Salimos de nuestras casas vestidas como sea y ya nos están hostigando, acosando, además de que nos tocan”, comentó María, de ciudad de Buenos Aires, integrante de Chana – Feminismo Usina.
Diva Millapán González y Jessica Cayupi Llancaleo son integrantes de la Red de Mujeres Mapuches de Chile y saben que los movimientos de mujeres son aliados a la hora de reclamar por los derechos indígenas.
Diva es de la zona sur, de la región de los ríos. “Como mujeres indígenas, indígenas urbanas, nos toca toda la desigualdad en términos de derechos y brecha salarial. Si las mujeres chilenas en general cobran menos salario con respecto de los hombres, las mujeres indígenas estamos por debajo”, explicó.
“Adherimos a la recuperación de nuestro territorio central, a la recuperación del idioma. Planteamos que se recupere lo ancestral, donde hombres y mujeres tenían igualdad de roles. Exigimos que haya representación política. Están en discusión en este momento dos proyectos de ley y hasta el momento no hay un área de la mujer indígena que trabaje las políticas púbicas. Tampoco hay un consejo de pueblo indígena”, dijo.
Åsa Söderberg es estudiante de una Escuela Popular de Suecia, donde estudia “Feminismo del Sur”. Ella y sus compañeras de clase decidieron participar en el EFLAC como actividad de fin de curso.
“El feminismo campesino y popular. La defensa del territorio o el cuerpo” es el tema de interés de Åsa, quien decidió volver al campo de Suecia y formar un colectivo de estudio sobre feminismos. “El feminismo de Latinoamérica nos da mucha inspiración para seguir la lucha feminista, para ampliar el discurso. Como Suecia es uno de los países con menor desigualdad en el mundo, la gente dice: ah, esto no es un tema aquí. Pero no es así”, reflexionó.
La estudiante comentó que realizó una pasantía en la Organización Conamuri de Paraguay, lo que le permitió entender la problemática común planteada en el Eje Berta Cáceres: los bienes comunes, el agua, el territorio, los bosques. “Están las empresas transnacionales, los agronegocios, la minería, las hidroeléctricas y sus ambiciones de apoderarse de todo”, dijo.
Soledad Loyola es una docente universitaria de Chile. Cuando, a principios del 2017, supo del Encuentro en Uruguay, les propuso a su ex alumna Valeska, a su amiga Lizett, a su madre Eva y a sus sobrinas Catalina y Cynthia comprar juntas el paquete de pasajes a 12 cuotas para ir a Montevideo. Rifas, bingos, fiestas, sorteos de tatuaje: todos los meses hicieron actividades para ir al Encuentro. “Quería que mis sobrinas tuvieran la oportunidad. Cuando yo fui al Foro Mundial de Porto Alegre, supe que otro mundo es posible y que no estaba sola”, dijo Soledad.
A pesar de problemas con los vuelos y aeropuertos, llegaron a tiempo para el Encuentro. Se abrazaron, conocieron otras personas y estuvieron felices de no saberse solas. Marcharon el 25 de noviembre al grito de “Vivas nos queremos” junto a otras miles de mujeres de todo el mundo.
También nos encontramos en los pasillos del EFLAC con una compañera de Brasil, que nos contó que, además de las violencias mencionadas, allí hay una marcada segregación socio-espacial hacia las personas negras y un gran número de crímenes por homofobia y lesbofobia.
Todo esto crea miedo a salir solas o tarde de sus casas: siempre está la duda de si llegarán sanas y salvas al lugar de destino y de cómo harán para volver en las mismas condiciones.
Por suerte y por amor, reflexionamos al cierre, existen mujeres amigas que siempre están dispuestas a abrirnos las puertas de sus casas si necesitamos pasar la noche o esperar a la luz del día. Una manada que se une para abrazarnos, cuidarnos y darnos fuerzas. Una risa unida latinoamericana se escuchó en noviembre en Montevideo. Somos diversas, pero estamos juntas. Y somos fuertes.