Desde 1986, por designación de la Organización de las Naciones Unidas, el primer lunes de octubre se conmemora en todo el mundo el Día Mundial del Hábitat con el objetivo de reflexionar sobre el estado de nuestros territorios, pueblos y ciudades, y sobre el derecho básico a una vivienda adecuada.
Consideramos al hábitat como aquel lugar en el que vivimos y donde nos desarrollamos como personas y en sociedad. Esta definición no solo comprende a la vivienda, sino también a todos los territorios que habitamos a diario, empezando por nuestro propio cuerpo, nuestra casa, el barrio y nuestra ciudad o comunidad. Desde estos puntos de vista nos preguntamos: ¿Cómo podemos pensar el hábitat desde miradas más integrales e inclusivas? ¿Cómo construir un hábitat feminista?
CISCSA Ciudades Feministas -integrante de la AFM- lleva a cabo cada año el Seminario-Taller Mujeres y Ciudades: (In)Justicias Territoriales, donde personas de Latinoamérica y el mundo se reúnen para reconocer las injusticias que, principalmente las mujeres y disidencias, vivimos diariamente en nuestros territorios, y establecer estrategias que nos permitan modificar estas situaciones. En la edición 2021, al preguntarle a las personas asistentes cuáles eran las injusticias que vivían, muchas respuestas estuvieron relacionadas con la falta de acceso a los espacios públicos, dificultades en la movilidad, espacios públicos inseguros y ausencia de lugares destinados al ocio y al disfrute, que podamos habitar seguras y sin miedo.
En las respuestas destacaron, a su vez, las cargas o excesos de tareas de cuidado, trabajo habitualmente invisibilizado y no remunerado, que recae en su mayoría en las mujeres. También se hizo hincapié en la dificultad de acceso a los trabajos o los techos de cristal, además del exacerbado costo que implica movilizarse desde y hacia el trabajo de manera segura.
Ana Falú, directora de CISCSA Ciudades Feministas, sostiene: “Si las mujeres entregan más horas que los varones a las tareas de cuidados, van a tener menos autonomía para dedicarse a sus propios proyectos, estudiar, hacer vida política, trabajar o recrearse. Y en esto las condiciones del territorio son centrales: dónde viven las mujeres, quiénes son, cuáles son sus condiciones de vida, los lugares donde habitan, la localización de sus viviendas, la cobertura de servicios de infraestructuras de cuidados, la accesibilidad en esos territorios. Las mujeres somos muchas y muy diversas, y el análisis en la intersección con las condiciones de vulnerabilidad o no de los territorios en las ciudades desiguales de nuestro país, agudizan disparidades”, y agrega que “el feminismo aportó conceptos para la interpretación y abordaje de los cuidados, esos que la pandemia ha evidenciado como una carga adicional de trabajo en la vida de las mujeres. Me refiero a la división sexual del trabajo y sus implicancias en la vida cotidiana, a la herramienta potente del uso del tiempo que nos brinda evidencias de las sobrecargas sobre las cuidadoras, las responsables de la reproducción social, mucho más crítica en aquellos territorios que están desprovistos de servicios, equipamientos, infraestructuras de cuidados y, además, a grandes distancias. Entonces, el tiempo, ese bien escaso en la vida de las mujeres, se tensiona y se convierte en un déspota de los destinos de las decisiones de las mujeres sobre sus propias vidas”.
Otras injusticias nombradas por las asistentes al IV Seminario-Taller Mujeres y Ciudades: (In)Justicias Territoriales tienen que ver con la falta de acceso a viviendas dignas y a los servicios públicos básicos, y la falta de políticas públicas que trabajen estos temas. En este sentido, queda en evidencia la necesidad de generar políticas que trabajen articuladamente con organizaciones barriales, con mujeres, disidencias, que puedan aportar su voz desde sus experiencias de vida. De esta manera podremos pensar en ciudades y territorios feministas, que reconozcan y tengan en cuenta estas injusticias en relación a nuestros hábitats y territorios, y, una vez puestas a la luz, se trabaje en estrategias para revertirlas.
Nuestras ciudades están diseñadas según una lógica capitalista y heteropatriarcal, en base a las comodidades de un cierto grupo social y según la división sexual del trabajo. Para generar ciudades más inclusivas, las mujeres deben ser protagonistas en la toma de decisiones.
Por eso, cuando pensamos en el hábitat, pensamos en la necesidad de habitar ciudades inclusivas, sin violencias, seguras para todas las personas, que implementen políticas integrales para prevenir las violencias contra mujeres y disidencias en espacios públicos, con equipamientos para la diversidad, transporte accesible y seguro, lugares de recreación y refugio. Ciudades antirracistas que visibilicen las diferencias, las celebren y construyan desde ellas.
Necesitamos ciudades que, además, garanticen el derecho a decidir sobre nuestro propio cuerpo, el primer territorio que habitamos. Esto incluye atención y acceso a métodos anticonceptivos y a la interrupción legal del embarazo en todos los centros de salud urbanos, barriales y rurales.
Las ciudades inclusivas son también ciudades que reconocen el trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, visibilizando el aporte de las mujeres a la economía, que revalorizan las economías pensadas para la sostenibilidad de la vida y en clave de género, y que promueven políticas e iniciativas de la economía popular colectiva.
Aprovechamos la celebración del Día Mundial del Hábitat para repensar nuestros espacios, y seguir construyendo en conjunto y a través de nuestras acciones diarias, hábitats justos, dignos, equitativos y feministas.